- Nicolás Sarkozy: me gusta su estilo porque es una mezcla de la más sobria elegancia francesa con un toque de chulería. El presi gabacho sabe ponerse el mundo por montera encaramado a unas alzas zapatiles, divorciándose y casándose durante su mandato (en España eso es impensable, fijaos en Felipe González). Como político no me gusta, pero como hombre, me parece el típico francés feote con encanto.
- Barack Obama. Es sobrio, pero con una percha increíble y muy guapo. Es lo que tiene ser negro: esos músculos largos, esa prestancia señorial, la estatura, los movimientos felinos. Los negros tienen un señorío que no tiene ninguna raza (¿vendrán del leopardo en lugar de venir del mono?). Por eso cualquier trapo le sienta como un guante. Además, tiene a su lado a doña Michelle, la pantera de la Casa Blanca, otra que tal baila con su metro ochenta y su tronío africano.
- Hamid Karzai, presidente de Afganistán. La elegancia étnica. No es ni muy guapo, ni llamativo, pero esa capa de seda verde y ese saber llevar el gorro de piel de borrego le dan una clase increíble. No creo que nadie sea tan chic y a la vez tan tribal.
- Yaser Arafat. A título póstumo, nadie lleva la kefiya con la elegancia y el buen gusto con la que la llevaba este hombre. Ni Balenciaga lo ha logrado. Era bajete y panzón, pero llevaba su pañuelo con la misma clase con la que un rey lleva su corona. Como un gran señor.
- Gabriel García Márquez. Nunca nadie se atrevió a recibir el Nobel en liqui liqui. Con clase, orgullo y prestancia, he aquí a Gabo con el traje de su tierra, un soplo cálido en tierras nórdicas:
Sean Connery, o el hombre que cuantos más años cumple, más guapo está. Un anciano impresionantemente guapo y sexy a pesar de su calva. Ese metro noventa con kilt es lo más elegante que he visto nunca. Como dice mi abuela, es un tipazo de hombre.



